An-atman impaciente
Cuando el cielo cae, el agua le abre paso en sus entrañas. Inmediatamente, seres acuáticos descansan para siempre entre aguas multicolores. La arena retrocede, entonces mi alma ingresa en partículas amarillas implorando renovación. Entonces recuerdo que no hay cielo. Entonces te encuentro a mi lado: alcalina e inmaculada. Entonces perdigo el rastro de mi esencia nauseabunda que cae junto a la lluvia por mis ojos. Siento el roce de mis pestañas al descender por el cerro anaranjado.
Las tomo y las entierro.
El agua se mueve lentamente, y aquel escenario inverso susurra mi nombre en penumbras. Imagino la infinita tierra de tu vientre acaramelado y su mano acariciando el sol sobre tu piel. Sobre mis pasos, que hoy me olvidan.
Que hoy arrastran
y destierran.
Por la ribera del río, el firmamento se despliega desde el fondo del líquido y la arena corre en mi búsqueda; sin embrago; aún me persigo. Un aroma a verano pinta con acuarelas mi voz vacía y sin volumen. Jala con sus pinceladas mi cuerpo estremecido, hambriento. Recuerdo tus brazos sin pasado. Recuerdo tu rostro entre la niebla. Recuerdo, y me lleva, el círculo de fuego azul con que laceraste mi memoria eternamente.
Elevo la incertidumbre de un tiempo que desconoce su estado,
del tiempo que no existe
de la luz
del piso
de tu iris
de mi vida:
de mi vida en el piso de la luz; que no existe con frecuencia.
Y palpo centenares de trozos de vidrio que se escurren de las nubes y caen atropellados hacia el cielo del agua. Todos los tiempos, todos los tactos, todas las almas. Movimientos del cuerpo transitando, la figura implícita. Lo programo y todo comienza nuevamente.
Me abro paso entre mi boca, la arena, y los vidrios: pruebo el río con la punta de mi dedo índice. Las piernas se sumergen sin resistencia y abrazan las criaturas submarinas.
Abro los ojos: desempolvo finalmente una sonrisa. Nado, acortejada y decidida, bajo aquel cielo líquido y huésped del río. De la naturaleza irracional, que me sumerge entre burbujas azules y rojas del vidrio sobre mi piel.
Abro los ojos: desempolvo finalmente una sonrisa. Nado, acortejada y decidida, bajo aquel cielo líquido y huésped del río. De la naturaleza irracional, que me sumerge entre burbujas azules y rojas del vidrio sobre mi piel.
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