Proyección onírico-real
Si es rostro pudiera
tal sólo moverse. Pero no. Quieto. Inmóvil y táctil a la vez, me observa desde tiempos
arcaicos.
Sus ojos como huellas
estampan un cielo aglutinado-ausente-húmedo que derrapan hacia la inmensidad en
círculos incesantes. Así, impactan la imagen lúgubre de otros ojos dos
redondos. Abiertos.
El rostro gira, hace
propias aquéllas marcas en la piel e intenta penetrarlas sin límites, en su
dimensión rugosa y transparente;
suspira con fuerza sobre el cuerpo que atestigua su gesto.
Alzando una mano,
arrastra con sus dedos la esencia suave de aquél otro ser único en la
habitación, que no parpadea y apenas respira,
que no lo mira aunque
dirija hacia él dos pupilas eternas,
que no lo espera
aunque absorba la incertidumbre que lleva en sus venas tan esbeltas,
que no está, aunque esté.
Dos estatuas dispares
en la detención de un tiempo y espacio sin existencia. El rostro recuerda la
sensación de una lágrima derretida en su mejilla. Frágil, su escultura morena y
erizada, da fin a sus años. Lleva un rostro sin conciencia, pálido, hacia el
sadismo de un cajón de madera bajo tierra *
* Desperté sin memorias ese domingo. En un
cuarto blanco, angosto, oscuro. Descubrí –me vi–
dos ojos mirándome lejanos desde el suelo. La piel compacta e irrompible y un
espejo sin comienzo ni fin.
m n m
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