domingo, 16 de marzo de 2014

Helga cuenta los días


Helga podría ser una mujer a la que le guste mucho el café, podría amar a los gatos y mirar la luna cuando está a la mitad y bien amarilla. Helga podría decir que una cosa le gusta más que la otra o que su nombre empieza con H en vez de con R. Helga tiene un problema de autopercepción.
Pero Helga no es la mujer que está llorando en este momento, a la que vemos mirarse en el espejo y hablarse o hablarle a lo que ella ve del otro lado del espejo. No, esa no es Helga. Esa es otra mujer que está llorando por alguna cosa en especial la cual no podemos especificar ahora.
Si, puede parecer que Helga sea el típico personaje de mujer sensible y deprimida y desilusionada de todo lo que la rodea. Pero no. Helga no es la que estaba llorando hace un rato, a la que veíamos en el espejo (hablando) a través del pasillo, a través de su reflejo, a través de Helga.
Helga no se conoce, ni sabe por qué quiere irse a vivir a Buenos Aires, no sabe qué es lo que la ata al color azul, o por qué todo su cuerpo y lo que circula adentro está guardado en cajas: miles y miles de cajitas que se empeñan en desacomodarse y flotar y dejar escapar su contenido.
Helga dejó de tener capacidad para recordar cosas. Todo empezó hace unos dos meses aunque no sabe bien por qué, de repente, un dolor fuerte de cabeza y todo se llena de niebla. Desde ese momento, Helga solo sabe que su nombre empieza con H y no con R, y que los domingos son los días en que todo vuelve empezar, cuando atraviesa el portal, cuando le roza el cachete a Ludovico y nota cómo él siente una presencia fría imposible de explicar. Helga no es la que recién estaba llorando, pero también llora, cuando está sola y nadie la ve.  


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