domingo, 29 de junio de 2014

Nueva 1.2



yo*no*quiero*ser*sólootro*producto*más*demi*generación




fotografía: Jaime Martinez
***

Nueva


(efectos o repercuciones de GUMMO)



Jesús

Estoy encerrada en mi habitación hace 5 horas
prendo un cigarrillo
y aparece un niño de piel verde y tres filas de ojos,
usa orejas de conejo rosadas. No sé si está muerto o estoy muerta.
El niño lleva una pistola en una de sus manos,
me dice en voz baja:
gritá tu nombre tres veces y no cerrés los ojos:
es el ritual de la salvación,
afuera hay gente peligrosa, yo te voy a ayudar
a construir la barrera para que puedas salir. 



La estética de las cámaras analógicas y la juventud perdida 


Año 97
dos chicos con campera de jean
le disparan a un gato negro.
Está lloviendo en el medio de un campo;
el pasto crecido;
el gato se convierte poco a poco en el barro que
nace de la lluvia.
Una voz canta I am crying for you,
y yo estoy crying y la lluvia está crying
llorando por tratar de entender esta nueva estética.
Cómo puedo detener
el agua que cae desde arriba,
el agua que me hace gritar mi nombre;
la lluvia es un pedazo de mi cuerpo que está naciendo.
Soy argentina
nací en la primera presidencia de Menen,
Carlos Saúl y volé a la estratósfera en diez minutos
por eso vivo en el espacio exterior
y los únicos amigos que tengo son marcianos.
No sé si amo a mi país
porque los países son copias de un país que usa máscara
y en el centro del campo que llueve en el año 97
está muriendo un gato;
está siendo baleado un gato negro.
Yo sospecho que tengo campera de jean
sospecho que la policía en mi país hace lo mismo
y mata inocentes, ellos dicen: a los negros hay que pegarles un tiro.
Yo no sé si amo a mi país. Yo no sé cómo conceptualizar
un país. Yo no sé cómo irme de vuelta a la estratósfera.
Parece que todo era mentira
y yo no soy un marciano
y yo no soy una chica
y yo no soy un chico con orejas rosadas de conejo;
YO SOY UN GATO NEGRO
otro más
pero igual soy feliz porque me cubre un vidrio 
que detiene las balas, porque la década del odio eran los 90,
no ahora:
el agua me hace gritar mi nombre para que
la lluvia siga siendo un pedazo de mi cuerpo que esté naciendo,
todo el tiempo.


***

viernes, 20 de junio de 2014

poemas de MAMÁ


Preparada para renacer


.Esfera perfecta
sin comienzo ni fin.


Por quererla


Por quererla la vestía.
La abrigaba
la tapaba
la protegía.
Lazo-tan-fuerte-le ató a su cuello
que murió de noche mientras dormía.


Muerte absurda


Como extenuante carrera
hacia ninguna parte
agotaban sus vidas.
Adentro un fuego encendido
que carcomía.
Energía, entropía
preferible no dejarle nada
a los gusanos.
Sin embargo
con pavor los descubrió un día
preparando sus trajes para el festín.


Vestida de madre


Hay espejos infinitos que nos mienten dulcemente.
Cuando miro tu carita de sol de otoño,
tibia y con olor a golosina,
 no hay catástofre ni tormento que pueda conmigo,
y me siento invencible, capaz de alejar la muerte.

Hay miradas como caricias,
y sonrisas con algún diente ausente
que permiten el olvido,
 que conjuran  oscuras profesías
y dan permiso a la alegría insensata de saberme viva.
de saberlas vivas.
de saberlas plenas, simples, llenas de energía.
Capaces de parar el mundo por un caramelo,
 y de escuchar asombradas y divertidas
el mismo cuento  cada día.

Entonces, cuando la noche cae lentamente
y dos estrellas rosadas descansan en su cuarto
vestida de madre, sonrío al tiempo
que se desliza sereno entre sus pequeñas manos.


autora: B. V. F.










***

sábado, 14 de junio de 2014

Hay animales volando sobre mi cuarto



Música para acompañar cambios internos y cosas nuevas:


No pido un rescate
no tengo un mensaje
no me sobran más ganas
no quiero más a nadie.

"Tinto & Glitter"

***

viernes, 13 de junio de 2014

FOGWILL


Llamándonos 


Y nunca más volvimos a encontrarnos después de la famosa charla telefónica. Puse famosa porque durante mucho tiempo aquella charla fue famosa para nosotros, y porque aunque ahora ya no hablamos más de ella –porque no hablamos más– ahora siguen hablando de ella sus amigas y los novios de ella y de sus amigas. Todos hablan, la nombran; todos siguen imaginando aquella charla de mil maneras, con mil distintos desenlaces y por mucho tiempo más, pienso, seguirán charlando todos y comentándose la charla.
Pero aquella charla es más famosa para mi corazón, porque desde entonces nunca más ella y yo volvimos a vernos. ¿En Buenos Aires? ¿Es posible que en Buenos Aires, dos, nunca más hayan vuelto a encontrarse? Sí: es posible. Ni nos vimos, ni yo la vi, ni creo que tampoco ella a mí me haya visto.
Pero desde hoy serán las dos famosas: la charla y ella. Voy a nombrarla, se llama Diana Rivera Posse y fue mi amante por un tiempo: tres meses. Es una mujer alta, de ojos notables y manos grandes y ahora va a ser famosa por esta historia de la charla telefónica que comienzo a contar.
 Diana: fuimos amantes por un tiempo. Nada serio. Nos encontrábamos algunos viernes. Salíamos a comer. Recuerdo que comimos en el antiguo restaurante japonés, en Bistró, en el griego de Córdoba y Montevideo y en la cantina El Viejo Pop de Mar del Plata.
Dormimos juntos algunos de esos viernes –nada importante– y tres noches seguidas de aquel fin de semana largo de abril que nos fuimos al mar. Por lo demás, nos vimos poco.
 Algunas mañanas llamaba a mi oficina: “estoy libre”, decía, y yo a veces arreglaba una cita, fingía un almuerzo de negocios y corría a abrazarla en mi piecita por unas horas. Era otoño: algunos mediodías de calor salimos apurados y sin bañarnos y al caer la tarde, en la oficina, yo sentía subir del saco olor a ella, olor a mí y olor a ensayo de bailarinas y perfumes mezclados.
Algunas veces la llamé yo. Atendía el padre o la madre y nos citábamos en un café después de la comida. Esas noches nos besábamos en el auto pero no nos acostábamos: ella debía levantarse temprano para sus clases y yo andaba arrastrando mis ganas de olvidarme de todo y sentarme a escribir. Llamo a esto escribir. Y ella ahora será famosa: todos sabrán desde hoy que en la fiesta de Caride nos acostamos en uno de los dormitorios del segundo piso con Equis –esa actriz peronista– y que enseguida se agregó a nuestro grupo Marcelo Siano, que trabaja en Wrigley’s y puede atestiguarlo, y que más tarde se vino con nosotros Gonzalo Roca trayendo una botella, y que más tarde los tres hombres nos sentamos a beber directamente de la botella de Chandon, mirándolas a Diana Rivera y a la estrella peronista que jugaban a morderse y hacerse marcas como gatas mientras el novio (el que había sido su novio hasta poco antes y que me dicen que ahora ha vuelto a ser su novio) bailaba en el living de la planta baja.
No sé por qué, siempre los novios verdaderos bailan cuando las mejores cosas están sucediendo en la realidad. Me lo imagino ahora al novio bailando en algún otro lugar, musical, elástico, y sabiendo que desde hoy tiene una novia famosa: Diana. Dudo que ella lo ame.
Ni a mí me amaba. Fuimos amantes, pero no nos amamos hasta la vez de aquella charla telefónica. Me había llamado ella. Era domingo; yo estaba trabajando, cansado, y necesitaba liquidar un informe para la edición de la tarde del lunes. Ella quería que le hablase. Conté qué estaba haciendo, qué había hecho la noche anterior y lo que pensaba serían mis planes para ese día y el siguiente. 
 Quisimos vernos. Casi acordamos una cita, pero después dije que no, que nos veríamos el martes, que fijaríamos la cita durante la mañana del martes.
Y yo hasta aquel domingo nunca la había amado, pero esa vez la amé:
–¿Y si nos vemos en Fred’s el martes?– sugería ella.
–Sí –dije–. Puede ser. y si no, te llamo a la mañana…
Y así comenzó todo: ella dijo que mis palabras la tocaban.
–¿Cómo? –pregunté .
–Me tocan –dijo ella–. Siento que me tocás: Me tocan.
Quise saber, pregunté más.
–¿Dónde te tocan?
–Ahí –contestó–, me están tocando ahí…
–Tocame vos –pedí y ella dijo que era “precioso”.
–No –le dije–. Eso no me toca.
–¡Sos hermoso y precioso! –repitió.
–Tampoco toca –dije.
–¡Sos asqueroso! –probó ella.
–¿Cómo asqueroso? –pregunté yo, sintiendo algo.
–¡Como un sapo asqueroso y hermoso! -contestó.
–Puta –le dije y averigué–: ¿Te toca si te digo puta?
–Sí –dijo como un suspiro–. ¡Sí! Y cuando te hablo yo… ¿Te toco?
–No, vos no. Me toco solo. Yo, me toco –anuncié–. ¿Te toca?
–¡Baboso! –ella me dijo y:
–Tortillera –le dije yo, sintiendo que respiraba fuerte, y más (pidió que le dijera más) y yo
dije “baba”, “rata”, “gata”, “tortillera” y también que la estaba tocando:
–Te toco entre las piernas con un teléfono asqueroso negro –amenacé.
–¿Sucio? ¿Enchastrado? –indicó ella.
–Sí –le juré y entonces me di cuenta que ella estaba jadeando de verdad.
No entendía por qué; quise saber:
–¿Te estás tocando, vos…?
–No; vos me tocás. ¡Cuando hablás me tocás! –susurró ella.
–¿Será porque me toco…? –Supuse y probé: –¿A ver?
–Ahora sí –decía ella–. ¡Ahora no… ! ¡Ahora… sí!
Y acertaba siempre y jadeaba. Jadeaba más cuando decía que sí, y creo recordar que
también acertaba siempre: si yo tocaba, ella decía que sí y sentía. Pero ¿dónde?
–¿Dónde? –le volví a preguntar.
–Ahí, te dije, ¡ahí…!
–¿Cómo?
–Como si yo tuviera un…
–¿Y no tenés, acaso, un…?
–Sí, pero uno igual a vos. ¡Uno igual…! –exclamó y entonces jadeó más y le dije que pronto cortaríamos la comunicación y ella dijo que también cortaría al mismo tiempo, y estoy casi seguro de que también esa primera vez cortamos juntos, al mismo tiempo.
Desde entonces no volvimos a vernos; nunca la vi, y creo que ella a mí nunca me vio. El martes, cuando la llamé desde la oficina, dijo que no quería verme. “Nunca más”, dijo. “Hablame”. Entonces ese mediodía fui a mi piecita y desde ahí la llamé.
Y seguimos llamándonos muchas veces. Siempre juntos, al mismo tiempo, hablábamos.
Adivinaba ella cada vez, decía “sí” al tocar, como suspirando y yo también sentía que sus palabras me tocaban y eso, –ahora puedo reconocerlo–, lo aprendí de ella, pero solamente me sucedió con ella.
Siempre hablábamos. Siempre llamaba ella, a veces yo. Me sucedía una cuestión de orgullo: esperar a que llamase. Siempre llamaba ella, y si yo pasaba lejos de la piecita varios días entonces calculaba que ella había estado tratando de llamarme, y la llamaba yo.
“¿Llamaste?”, preguntaba. “¡Sí!”, decía ella, “…pero no contestabas”.
¡Cuántas veces tomé el tubo del teléfono y dije: “hola” con el tono de voz que bien sabía que la tocaba y me sorprendía alguna voz distinta preguntando por mí, por “señor Fogwill”, como si el que había pronunciado aquel “hola” no hubiera sido yo!
¿Cuánto duró? Tres meses, cuatro. Para entonces, nuestra charla había comenzado a volverse famosa. Las amigas… Algunas me llamaban, decían un nombre falso, y me pedían que hablase, pero no era lo mismo. Sólo con ella –vuelvo a nombrarla– sólo con Diana, las cosas solían producirse de aquel modo. Y después todo se derrumbó. Una sola vez que nos falló, dejamos de llamarnos. Cuestión de orgullo, o miedo de que ya no pudiera tocarla con mi voz. Como ella no llamaba, tampoco llamé yo. La última vez que hablamos. sintió mi voz y dijo no, que ahora tampoco, que ya no sería más posible, que nada más valía la pena, y que ya todo se había terminado.
¿Terminado?
Ahora que todos hablan, ahora que hasta han escrito una novela con nuestro tema, ahora que todos saben la historia de la famosa charla y ahora que ella también ha comenzado a ser famosa como la charla, dudo que algo haya terminado. Creo que algo comienza: pienso que escribo y que ahora todo lo escrito vuelve a tocarla a ella y entonces vuelve eso a tocarme a mí, como un reflejo, y siento que es mejor que hayamos dejado primero de vernos, y después de hablarnos, porque hay nuevas maneras de hacernos eso, contárnoslo, mostrando a todos la verdad de lo que es nuestro amor, esta nueva manera, el mejor modo de nuestro amor.

A las amigas, a los novios de ella y de las amigas, y a todos los que escuchen en cualquier parte sus famosas grabaciones de nuestras charlas, se les formó una idea equivocada de nuestro amor. Nuestro amor no eran esas voces y ruidos que escucharon grabado tantas veces. Nuestro amor fue todo lo que hicimos y que ahora circula entre nosotros, entre todos los que en un mismo instante estaremos leyendo una vez, otra vez más, (¡más! ¡más!), la historia de la famosa charla, y a un mismo tiempo, en diferentes sitios y sobre diferentes hojas de papel, una vez más, muchas veces (más, más) de esa historia famosa de amor sintamos juntos el final.


Rodolfo Fogwill
***

martes, 10 de junio de 2014

domingo, 1 de junio de 2014

Cuento

(de la serie: "Autopsias en las autopistas")


Dead Kennedys



Son las siete de la tarde un día de mayo en Córdoba Capital. Vivo en el barrio Alta Córdoba; volví a vivir acá después de 22 años. Nada de lo que haya pasado hasta ahora, convierte a este día en uno digno de ser nombrado. Es un día como casi todos. Lunes, hace frío, mucho frío. Córdoba se volvió helada desde hace muchos años. Ni la gente del observatorio sigue investigando la cuestión de las heladas, de la nueva Córdoba helada.
Como decía, es un día como todos o casi todos. Antes de irse a la facu, Marcos pasó a visitarme. Lo hace casi todos los días, viene, me da unos besos, a veces hacemos el amor, a veces no tenemos tiempo, él se va y yo vuelvo a lo mío. No todos los días tenemos algo interesante que contar, entonces tomamos café y escuchamos algún nuevo disco, es una regla. Nos encanta estar en mi departamento de Alta Córdoba, que debe tener unos 50 o 60 años pero nunca me pasó factura del aspecto renovado que le dan las fotos de toda esta gente.

No queremos que nos importe demasiado por qué pasan las cosas. Nos hacemos las preguntas y listo, las charlamos, quedan flotando en el aire mientras nosotros salimos a caminar y nos hamacamos en el parque. Siempre hicimos lo mismo, no hay que dejar que los vacíos de sentido pasen a ser vacíos de tiempo. Nos lo recordamos cada vez que empezamos a impacientarnos.

Kennedy está muerto. Ian está muerto. Kurt está muerto y mi mamá también. A veces me pregunto por qué Marcos y yo somos tan jóvenes. Por qué seguimos siendo tan jóvenes. Ahora Marcos acaba de tocar el timbre y yo dejo el pucho sobre el platito de Totoro que él me regaló. Cuando llego a la puerta y le abro y lo veo, todo abrigado, pálido pero con los cachetes rojos, siento que pasaron años, muchos, muchos años desde que dejé el pucho en plato y llegué a la puerta.
Marcos combina con las paredes celestes, el piso parqué y mi gato. Entra, me da un abrazo muy largo, deja las cosas en el sillón y se pone a jugar con Ludovico. Ludovico quiere morder los cordones de sus zapatillas, Marcos los mueve, los hace viboritas, Ludovico enloquece y empieza a repartir rasguños; quiere, quiere tener ese cordoncito, quiere alcanzarlo y morderlo, llevarseló a mi cama y rodar de arriba a abajo, llegar a la almohada, dejar el cordón en el centro de la cama, ir al piso, tomar impulso, subir la colita y bajar la cabeza, saltar a la cama, revolcarse con su amado cordón. Ludovico siempre tan joven. Marcos juega un rato y después se cansa.
Hoy no queremos tomar café porque ya es de noche y preferimos el vino, además en un rato viene Julia y seguro, seguro nos va a agitar para que salgamos a algún lado. Julia siempre tan joven. Julia es una chica hermosa, de sedoso pelo corto y negro. Cuando llega, toda alborotada y llena de cosas para contar, habla con Marcos sobre no sé qué cosa; yo los miro y me acuerdo de la vez que Julia y yo fuimos a verlo a Agus. Tocaba con su banda de ese entonces, una banda que nos gustaba muchísimo hasta que... bueno, hasta que tuvimos que olvidarnos aunque todavía no entendamos bien por qué. No recordamos con claridad la época de ese mayo.
Esa vez Julia y yo estábamos muy enamoradas de dos amigos de Agus, el bajista y el tecladista; los conocíamos desde hace unos meses, se nos habían insinuado y nosotras tan tontas, enamoradas de otros y ni bola. Pero esa noche le rogábamos a Agus que nos hiciera gancho cuando nos fuéramos todos juntos al Buen Dios. Una de las noches más locas que viví. Mucha gente, muchos animales, muchos movimientos, uñas de colores, faroles gigantes, luces, luces rojas, azules, el auto, las ambulancias. Nos creíamos las reinas del mundo porque esa noche habíamos conseguido a Marcos y a Joaquín. Éramos las reinas aún sabiendo que ser una reina siempre dura poco, es algo efímero, como todo. Todo excepto la juventud. A la vuelta Julia se sentía inspirada y nos hizo un dibujo que todavía tengo colgado en la pared de atrás de mi cama. En el dibujo estamos todos vestidos con encaje blanco, parados arriba de un piso rayado negro y azul. Después fuimos a la terraza. Seguía siendo de noche, los faroles eran guirnaldas, decíamos, y nos reíamos de todo lo que pasaba arriba de nuestra cabeza. Estábamos grabando recuerdos y no nos dábamos cuenta.

Mayo es uno de mis meses favoritos, lo es desde antes de que el frío empezara en enero y terminara en diciembre. Mayo siempre es un mes interesante, pasan cosas raras. Fue en mayo que empezaron las heladas y fue en mayo que todos empezamos a conocernos más las caras. O el mayo del año pasado, o del otro año, o hace dos, ya ni me acuerdo, que fue lo del fuego. Una sensación increíble salir de ese cine, todos negros y sin un rasguño, los bomberos apenas nos arrastraron un poquito y nosotros recuperamos el movimiento a los 10 segundos. Esa cosas que solo pasan en mayo y siendo tan joven, siempre tan jóvenes.

Ya son las diez y pico, Julia nos insiste con ver esa banda que toca acá a la vuelta, en su bar favorito. Terminamos cediendo pero antes Marcos se va a dar una ducha. La cuestión de la juventud empieza a impacientarme en serio. Por qué será que... Amor, no te marees más, si? Es algo que no podemos resolver y seguro estamos imaginandoló, es una sensación, una subjetividad, ni que hubieran pasado cien años. Andá a distraerte un rato con Julia, reíte, yo me baño y vamos.
Sí, mejor, puede ser que tengas razón. Julia está en el balcón, entra un viento helado por la puerta ventana; parece que quiere saltar. No sé por qué se mueve así, recién estaba tan contenta, tan acelerada después de esa línea, Julia es una chica rara. Pero ahora no importa cómo es Julia, yo estoy fumando un pucho, no sé qué hacer y me escondo en la escusa de que está siguiendo el ritmo de Bowie, de que en realidad no quiere saltar; me escondo atrás del humo que me envuelve, que ahora es una nube enorme, enorme, de humo blanco, como el del cine, como el de los bomberos, como el de las heladas y las tardes frías en las hamacas. Pero el pucho se está acabando y después de eso, claramente, voy a tener que actuar, ¿pero qué le voy a decir? Julia, no saltés, para qué, si sos tan joven, si vas a volver a ser tan joven, por cuarta, quinta vez, siempre tan joven; Julia tan joven y hermosa. Se me acabó el pucho y ahora Julia está en el borde y empieza a hacer equilibrio en el balcón, grita algo, se siente rara, quiere atravesar el aire, quiere vivir el límite de ella misma y dejar de ser siempre tan joven. Pero, ¿qué le voy a decir? Yo nunca sé qué decir.


***