domingo, 1 de junio de 2014

Cuento

(de la serie: "Autopsias en las autopistas")


Dead Kennedys



Son las siete de la tarde un día de mayo en Córdoba Capital. Vivo en el barrio Alta Córdoba; volví a vivir acá después de 22 años. Nada de lo que haya pasado hasta ahora, convierte a este día en uno digno de ser nombrado. Es un día como casi todos. Lunes, hace frío, mucho frío. Córdoba se volvió helada desde hace muchos años. Ni la gente del observatorio sigue investigando la cuestión de las heladas, de la nueva Córdoba helada.
Como decía, es un día como todos o casi todos. Antes de irse a la facu, Marcos pasó a visitarme. Lo hace casi todos los días, viene, me da unos besos, a veces hacemos el amor, a veces no tenemos tiempo, él se va y yo vuelvo a lo mío. No todos los días tenemos algo interesante que contar, entonces tomamos café y escuchamos algún nuevo disco, es una regla. Nos encanta estar en mi departamento de Alta Córdoba, que debe tener unos 50 o 60 años pero nunca me pasó factura del aspecto renovado que le dan las fotos de toda esta gente.

No queremos que nos importe demasiado por qué pasan las cosas. Nos hacemos las preguntas y listo, las charlamos, quedan flotando en el aire mientras nosotros salimos a caminar y nos hamacamos en el parque. Siempre hicimos lo mismo, no hay que dejar que los vacíos de sentido pasen a ser vacíos de tiempo. Nos lo recordamos cada vez que empezamos a impacientarnos.

Kennedy está muerto. Ian está muerto. Kurt está muerto y mi mamá también. A veces me pregunto por qué Marcos y yo somos tan jóvenes. Por qué seguimos siendo tan jóvenes. Ahora Marcos acaba de tocar el timbre y yo dejo el pucho sobre el platito de Totoro que él me regaló. Cuando llego a la puerta y le abro y lo veo, todo abrigado, pálido pero con los cachetes rojos, siento que pasaron años, muchos, muchos años desde que dejé el pucho en plato y llegué a la puerta.
Marcos combina con las paredes celestes, el piso parqué y mi gato. Entra, me da un abrazo muy largo, deja las cosas en el sillón y se pone a jugar con Ludovico. Ludovico quiere morder los cordones de sus zapatillas, Marcos los mueve, los hace viboritas, Ludovico enloquece y empieza a repartir rasguños; quiere, quiere tener ese cordoncito, quiere alcanzarlo y morderlo, llevarseló a mi cama y rodar de arriba a abajo, llegar a la almohada, dejar el cordón en el centro de la cama, ir al piso, tomar impulso, subir la colita y bajar la cabeza, saltar a la cama, revolcarse con su amado cordón. Ludovico siempre tan joven. Marcos juega un rato y después se cansa.
Hoy no queremos tomar café porque ya es de noche y preferimos el vino, además en un rato viene Julia y seguro, seguro nos va a agitar para que salgamos a algún lado. Julia siempre tan joven. Julia es una chica hermosa, de sedoso pelo corto y negro. Cuando llega, toda alborotada y llena de cosas para contar, habla con Marcos sobre no sé qué cosa; yo los miro y me acuerdo de la vez que Julia y yo fuimos a verlo a Agus. Tocaba con su banda de ese entonces, una banda que nos gustaba muchísimo hasta que... bueno, hasta que tuvimos que olvidarnos aunque todavía no entendamos bien por qué. No recordamos con claridad la época de ese mayo.
Esa vez Julia y yo estábamos muy enamoradas de dos amigos de Agus, el bajista y el tecladista; los conocíamos desde hace unos meses, se nos habían insinuado y nosotras tan tontas, enamoradas de otros y ni bola. Pero esa noche le rogábamos a Agus que nos hiciera gancho cuando nos fuéramos todos juntos al Buen Dios. Una de las noches más locas que viví. Mucha gente, muchos animales, muchos movimientos, uñas de colores, faroles gigantes, luces, luces rojas, azules, el auto, las ambulancias. Nos creíamos las reinas del mundo porque esa noche habíamos conseguido a Marcos y a Joaquín. Éramos las reinas aún sabiendo que ser una reina siempre dura poco, es algo efímero, como todo. Todo excepto la juventud. A la vuelta Julia se sentía inspirada y nos hizo un dibujo que todavía tengo colgado en la pared de atrás de mi cama. En el dibujo estamos todos vestidos con encaje blanco, parados arriba de un piso rayado negro y azul. Después fuimos a la terraza. Seguía siendo de noche, los faroles eran guirnaldas, decíamos, y nos reíamos de todo lo que pasaba arriba de nuestra cabeza. Estábamos grabando recuerdos y no nos dábamos cuenta.

Mayo es uno de mis meses favoritos, lo es desde antes de que el frío empezara en enero y terminara en diciembre. Mayo siempre es un mes interesante, pasan cosas raras. Fue en mayo que empezaron las heladas y fue en mayo que todos empezamos a conocernos más las caras. O el mayo del año pasado, o del otro año, o hace dos, ya ni me acuerdo, que fue lo del fuego. Una sensación increíble salir de ese cine, todos negros y sin un rasguño, los bomberos apenas nos arrastraron un poquito y nosotros recuperamos el movimiento a los 10 segundos. Esa cosas que solo pasan en mayo y siendo tan joven, siempre tan jóvenes.

Ya son las diez y pico, Julia nos insiste con ver esa banda que toca acá a la vuelta, en su bar favorito. Terminamos cediendo pero antes Marcos se va a dar una ducha. La cuestión de la juventud empieza a impacientarme en serio. Por qué será que... Amor, no te marees más, si? Es algo que no podemos resolver y seguro estamos imaginandoló, es una sensación, una subjetividad, ni que hubieran pasado cien años. Andá a distraerte un rato con Julia, reíte, yo me baño y vamos.
Sí, mejor, puede ser que tengas razón. Julia está en el balcón, entra un viento helado por la puerta ventana; parece que quiere saltar. No sé por qué se mueve así, recién estaba tan contenta, tan acelerada después de esa línea, Julia es una chica rara. Pero ahora no importa cómo es Julia, yo estoy fumando un pucho, no sé qué hacer y me escondo en la escusa de que está siguiendo el ritmo de Bowie, de que en realidad no quiere saltar; me escondo atrás del humo que me envuelve, que ahora es una nube enorme, enorme, de humo blanco, como el del cine, como el de los bomberos, como el de las heladas y las tardes frías en las hamacas. Pero el pucho se está acabando y después de eso, claramente, voy a tener que actuar, ¿pero qué le voy a decir? Julia, no saltés, para qué, si sos tan joven, si vas a volver a ser tan joven, por cuarta, quinta vez, siempre tan joven; Julia tan joven y hermosa. Se me acabó el pucho y ahora Julia está en el borde y empieza a hacer equilibrio en el balcón, grita algo, se siente rara, quiere atravesar el aire, quiere vivir el límite de ella misma y dejar de ser siempre tan joven. Pero, ¿qué le voy a decir? Yo nunca sé qué decir.


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