Dead Kennedys
Son las
siete de la tarde un día de mayo en Córdoba Capital. Vivo en el barrio Alta
Córdoba; volví a vivir acá después de 22 años. Nada de lo que haya pasado hasta
ahora, convierte a este día en uno digno de ser nombrado. Es un día como casi
todos. Lunes, hace frío, mucho frío. Córdoba se volvió helada desde hace muchos
años. Ni la gente del observatorio sigue investigando la cuestión de las
heladas, de la nueva Córdoba helada.
Como decía,
es un día como todos o casi todos. Antes de irse a la facu, Marcos pasó a
visitarme. Lo hace casi todos los días, viene, me da unos besos, a veces
hacemos el amor, a veces no tenemos tiempo, él se va y yo vuelvo a lo mío. No
todos los días tenemos algo interesante que contar, entonces tomamos café y
escuchamos algún nuevo disco, es una regla. Nos encanta estar en mi departamento
de Alta Córdoba, que debe tener unos 50 o 60 años pero nunca me pasó factura
del aspecto renovado que le dan las fotos de toda esta gente.
No queremos
que nos importe demasiado por qué pasan las cosas. Nos hacemos las preguntas y
listo, las charlamos, quedan flotando en el aire mientras nosotros salimos a
caminar y nos hamacamos en el parque. Siempre hicimos lo mismo, no hay que
dejar que los vacíos de sentido pasen a ser vacíos de tiempo. Nos lo recordamos
cada vez que empezamos a impacientarnos.
Kennedy está
muerto. Ian está muerto. Kurt está muerto y mi mamá también. A veces me
pregunto por qué Marcos y yo somos tan jóvenes. Por qué seguimos siendo tan
jóvenes. Ahora Marcos acaba de tocar el timbre y yo dejo el pucho sobre el
platito de Totoro que él me regaló. Cuando llego a la puerta y le abro y lo
veo, todo abrigado, pálido pero con los cachetes rojos, siento que pasaron
años, muchos, muchos años desde que dejé el pucho en plato y llegué a la
puerta.
Marcos combina
con las paredes celestes, el piso parqué y mi gato. Entra, me da un abrazo muy
largo, deja las cosas en el sillón y se pone a jugar con Ludovico. Ludovico
quiere morder los cordones de sus zapatillas, Marcos los mueve, los hace
viboritas, Ludovico enloquece y empieza a repartir rasguños; quiere, quiere
tener ese cordoncito, quiere alcanzarlo y morderlo, llevarseló a mi cama y
rodar de arriba a abajo, llegar a la almohada, dejar el cordón en el centro de
la cama, ir al piso, tomar impulso, subir la colita y bajar la cabeza, saltar a
la cama, revolcarse con su amado cordón. Ludovico siempre tan joven. Marcos juega
un rato y después se cansa.
Hoy no
queremos tomar café porque ya es de noche y preferimos el vino, además en un
rato viene Julia y seguro, seguro nos va a agitar para que salgamos a algún
lado. Julia siempre tan joven. Julia es una chica hermosa, de sedoso pelo corto
y negro. Cuando llega, toda alborotada y llena de cosas para contar, habla con
Marcos sobre no sé qué cosa; yo los miro y me acuerdo de la vez que Julia y yo
fuimos a verlo a Agus. Tocaba con su banda de ese entonces, una banda que nos
gustaba muchísimo hasta que... bueno, hasta que tuvimos que olvidarnos aunque
todavía no entendamos bien por qué. No recordamos con claridad la época de ese
mayo.
Esa vez Julia
y yo estábamos muy enamoradas de dos amigos de Agus, el bajista y el
tecladista; los conocíamos desde hace unos meses, se nos habían insinuado y nosotras
tan tontas, enamoradas de otros y ni bola. Pero esa noche le rogábamos a Agus
que nos hiciera gancho cuando nos fuéramos todos juntos al Buen Dios. Una de
las noches más locas que viví. Mucha gente, muchos animales, muchos
movimientos, uñas de colores, faroles gigantes, luces, luces rojas, azules, el auto,
las ambulancias. Nos creíamos las reinas del mundo porque esa noche habíamos
conseguido a Marcos y a Joaquín. Éramos las reinas aún sabiendo que ser una reina
siempre dura poco, es algo efímero, como todo. Todo excepto la juventud. A la
vuelta Julia se sentía inspirada y nos hizo un dibujo que todavía tengo
colgado en la pared de atrás de mi cama. En el dibujo estamos todos vestidos
con encaje blanco, parados arriba de un piso rayado negro y azul. Después
fuimos a la terraza. Seguía siendo de noche, los faroles eran guirnaldas,
decíamos, y nos reíamos de todo lo que pasaba arriba de nuestra cabeza.
Estábamos grabando recuerdos y no nos dábamos cuenta.
Mayo es uno
de mis meses favoritos, lo es desde antes de que el frío empezara en enero y
terminara en diciembre. Mayo siempre es un mes interesante, pasan cosas raras.
Fue en mayo que empezaron las heladas y fue en mayo que todos empezamos a
conocernos más las caras. O el mayo del año pasado, o del otro año, o hace dos,
ya ni me acuerdo, que fue lo del fuego. Una sensación increíble salir de ese
cine, todos negros y sin un rasguño, los bomberos apenas nos arrastraron un
poquito y nosotros recuperamos el movimiento a los 10 segundos. Esa cosas que
solo pasan en mayo y siendo tan joven, siempre tan jóvenes.
Ya son las
diez y pico, Julia nos insiste con ver esa banda que toca acá a la vuelta, en
su bar favorito. Terminamos cediendo pero antes Marcos se va a dar una ducha. La
cuestión de la juventud empieza a impacientarme en serio. Por qué será que... Amor,
no te marees más, si? Es algo que no podemos resolver y seguro estamos
imaginandoló, es una sensación, una subjetividad, ni que hubieran pasado cien
años. Andá a distraerte un rato con Julia, reíte, yo me baño y vamos.
Sí, mejor,
puede ser que tengas razón. Julia está en el balcón, entra un viento helado por
la puerta ventana; parece que quiere saltar. No sé por qué se mueve así, recién estaba tan contenta, tan
acelerada después de esa línea, Julia es una chica rara. Pero ahora no importa
cómo es Julia, yo estoy fumando un pucho, no sé qué hacer y me escondo en la
escusa de que está siguiendo el ritmo de Bowie, de que en realidad no quiere
saltar; me escondo atrás del humo que me envuelve, que ahora es una nube
enorme, enorme, de humo blanco, como el del cine, como el de los bomberos, como
el de las heladas y las tardes frías en las hamacas. Pero el pucho se está
acabando y después de eso, claramente, voy a tener que actuar, ¿pero qué le voy a
decir? Julia, no saltés, para qué, si sos tan joven, si vas a volver a ser tan
joven, por cuarta, quinta vez, siempre tan joven; Julia tan joven y hermosa. Se me acabó el pucho y ahora Julia está en el borde y empieza a hacer
equilibrio en el balcón, grita algo, se siente rara, quiere atravesar el aire,
quiere vivir el límite de ella misma y dejar de ser siempre tan joven. Pero, ¿qué
le voy a decir? Yo nunca sé qué decir.
***
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