miércoles, 6 de febrero de 2013


Proyección onírico-real


Si es rostro pudiera tal sólo moverse. Pero no. Quieto. Inmóvil y táctil a la vez, me observa desde tiempos arcaicos.
Sus ojos como huellas estampan un cielo aglutinado-ausente-húmedo que derrapan hacia la inmensidad en círculos incesantes. Así, impactan la imagen lúgubre de otros ojos dos redondos. Abiertos.
El rostro gira, hace propias aquéllas marcas en la piel e intenta penetrarlas sin límites, en su dimensión rugosa y transparente;
                                                             suspira con fuerza sobre el cuerpo que atestigua su gesto.

Alzando una mano, arrastra con sus dedos la esencia suave de aquél otro ser único en la habitación, que no parpadea y apenas respira,
que no lo mira aunque dirija hacia él dos pupilas eternas,
que no lo espera aunque absorba la incertidumbre que lleva en sus venas tan esbeltas,
que no está, aunque esté.

Dos estatuas dispares en la detención de un tiempo y espacio sin existencia. El rostro recuerda la sensación de una lágrima derretida en su mejilla. Frágil, su escultura morena y erizada, da fin a sus años. Lleva un rostro sin conciencia, pálido, hacia el sadismo de un cajón de madera bajo tierra *




*  Desperté sin memorias ese domingo. En un cuarto blanco, angosto, oscuro. Descubrí –me vi– dos ojos mirándome lejanos desde el suelo. La piel compacta e irrompible y un espejo sin comienzo ni fin.



m n m

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