Van
Van a donde no quiero que vayan.
Les pido que se queden quietos y me esperen. Pero van a donde no quiero que
vayan. Aunque les pida que.
Les estaba gritando cuando se
dieron vuelta y en sus caras y en sus cuerpos un sólo conejo. Dijo que cazaría
una mosca. Salió corriendo.
De repente temí que todo
partiera. Porque siempre todo se va, se pierde: desde un poema hasta mí misma.
Imploré que volviera.
Es que va a donde no quiero que
vaya. Le pido a gritos que se quede quieto y me espere. Pero va a donde no
quiero que vaya. Aunque le pida que.
Le estaba gritando cuando se
volteó y miró. En su cara un reloj de cinco agujas. Comenzó a girar. Mis manos
se crisparon y temí que el tiempo pasara. Porque cada vez que me alejo de yo-cuando-niña
todo muere lentamente. Supliqué que se detuviera, que me dejara vivir.
Es que va a donde no quiero que
vaya.
Las cinco agujas giran
irremediablemente. Pero esta vez, en mi cintura dos brazos infinitos. Esta vez,
calidez de piel tan conocida tan mía. Esta vez, tiempo imperceptible atrás del
abrazo del siempre pensado, del siempre nombrado, del siempre aparecido. Qué
momento de él no se espera.
Recién: cinco rostros hacen del
eco un silencio.
Es que los brazos se fueron a
donde no quería que fueran.
Y van. Aunque les pida que se
queden quietos
y me esperen.
m n m