Oasis
Sí, vos. Vos, tus brazos. Puedo verlos. Escucho
el tiempo naciendo de una gruta de palabras muertas; de tu vientre aflorando
torpemente en medio de huecos y de huesos alcalinos.
Huesos que se nutren de duendes acribillados
en centro del bosque y tu mirada última. Tu
mirada de otra mirada para otros brazos. De rizos y largos y brillosos y
contemporáneos. Y su rostro reemplazando mis caricias en una noche roja y
definitiva, pariendo círculos lacerantes de colores. De figuras incrustadas-espiraladas
en el fondo de un recuerdo neutro. En el fondo de una relación perdida. Al
costado de una mano terminada. En frente de confesiones y
eternidades y pasados y contactos incendiados en el fuego de los cuerpos.
me someto a la asfixia de la tapa de tu
sombrero. me entierro para siempre en el cuero tieso y blanco de mi piel
nauseabunda. por tu culpa. por tu desaparición en medio de. esta
mierda que me arropa y me dice hasta mañana. y me besa por las noches. y me
descubre partícipe del auto-engaño más profundo que una vida aguda puede
consagrar. que una vida puede gritarse y consultarse a su fuero íntimo.
Quiero tocar mis costillas porque me hacías
feliz. Quiero salpicar la pared blanca porque la noche hoy es doblemente noche.
Quiero sepultar la avalancha de palabras que no se dicen si no existen. No existes.
Dudo que exista. Yo. Yo, en medio de esta cosa redonda verde y azul. De mares y
tierras y bosques. Y miedos y prisiones. Cárceles profundas embutidas en mi
carne. Yo, en el centro de la magna del mundo sufriendo de existencias.
Y a vos te decía amor. Y a vos te hacía el
amor. El amor no existe sino en la libertad más inaccesible. Una libertad
que no penetra, que no respira a costa del infinito ataque del amor. Odio este
amor que no me deja ser. Odio esta carne que se empecina con crecer y dilatar
mi diámetro. Odio esta piel que no quiere pegarse a mis costillas. Odio esta
presencia adentro mío que se llama como yo.
Verdes savias crocantes y mucosas. Figuras eternas y suplicantes-ojerosas en el cuerpo de la tierra, con mil estacas clavadas en la planta de los pies. Y los
miro. Son los míos. El río y su caudal y la corriente violenta de
ojos redondos incitando mi deglución. Y cajas y cajas y cajas. Cajas de
silencio, bailarinas muertas de exilio suficiente, y diálogos sin palabras. Y juro
que escribo. Juro que escribo. Lo juro. La tinta derrama mis venas en el papel tiñéndolo
cuando de repente el cielo blanco es amarillo y brumoso; es subida y bajada de
aves con su pico de filoso agujero, de mi suicidio anunciando su llegada.
Odio tu no-palabra. Tu no-humo. Tu viaje
eterno de ruta airosa y suficiente. Aguardo con ansias el estallido del negro
profundo incienso. Animales gordos sonrientes entre fuegos.
Suelto mi mano de gas vacilante entre mi
boca y el aparato-el negro hierro que pesa toneladas. Suelto mi mano. Suelto mi
mano.
m n m
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