Ofelia se llama
Ofelia saltó por la ventana. Le dije que no lo hiciera. Pero Ofelia, más verde y azul que nunca, o no sé, tal vez un poco anaranjada, saltó.
Satló, levantando sus brazos,
abriendo su boca, tensando los puños. La ventana –me dice– a veces te mira muy
seriamente, te mira como de pelo corto y de repente, suelta un grito rojo. Yo a
veces quiero saltar pero esas cosas redondas y duras que, viste como es la
pequeña de pollera blanca, me da, esas compactas, de color tierra. Me obliga a
tragarlas. Me presiona con sus feroces manos. Me revuelve con sus dedos
huesudos y de uñas largas. Me impacta contra la realidad despierta y negra o
blanca de tragar una píldora de plástico. De un plástico que me succiona hacia
adentro. Luego escucho "loca de mierda".
Ese día Ofelia me miró como nunca
antes. Me miró desde dimensiones lejanas, a través de sus dos vidrios
circulares y desequilibrados.
Adherida al suelo, bajo su ventana,
me dijo, me dije:
—Ofelia, hoy no la tomes. La ventana
no habla sin la pastilla—.
m n m
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