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Rebeca está semi acostada en la cama de su habitación. Está
semi despierta y semi viva. Como si todo su alrededor fuera la mitad de su
cuerpo o la mitad de la palabra cuasi monosílaba ‘semi’. Rebeca tiene la mitad
de su cuerpo tirado en su cama y la otra mitad corre lejos (bien atrás)
buscando alguna palabra para reemplazarse. Rebeca mira un mosquito que se apoya
en una funda de computadora. El insecto se pasea desde hace cinco minutos (y
noventa y cinco millones de años) sin acercarse a ella. No la pica, no la mira,
no le habla. Rebeca nunca había visto un mosquito desde tan cerca y por primera
vez (Rebeca) le concede el derecho, que siempre tuvo, de seguir viviendo.
Incluso picándola.
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