Cuando miro por aquel agujero tan
pequeño, no puedo imaginar el soplo de aire que se avecina. Entonces, siempre
estalla y me pega (y me pega), inundándome de significados que aplastan mi
cráneo.
Es tan pequeño el agujero (tan
negro), que la nube sale despedida con una fuerza magnífica que no puedo
controlar ni dividir. No puedo tomar de ella los trozos que necesito para poder
expresarme con palabras.
Porque nunca alcanzan: esas
cosaS. Esas cosaS que pretenden hablar de mí, e incluso ha-(c)serme una cosA.
No puedo utilizarlas con comodidad sin pensar
que estoy abandonando otras,
que lo que pienso no siempre es lo que digo,
y que lo que digo no siempre es lo que se interpreta.
Entonces, al seleccionarlas (con
miedo) en mi mente e intentar largarlas por el agujero (y que golpeen mi cara
desde adentro-afuera), ellas cambian de tamaño. Se agrandan y se encojen, modifican
sus facciones, y alteran la textura de la piel para que pueda temerles más.
Temerlesconterror.
Pero, sin que pueda darme cuenta,
de un momento a otro salen al exterior (el agujero escupe); casi todo el tiempo
se deciden autónomas y me sentencian al hablar u existir.
Después de todo, gracias a ellas
puedo dibujar líneas (a veces curvas-a veces rectas), y balancearme sobre su
lomo como una equilibrista: qué otra naturalidad podría exigir.
m n m
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