viernes, 29 de marzo de 2013


Disturbio oblicuo


Se inyecta mi alma
en esa atrocidad infructuosa.
En ese azul que desgarra,
que corrompe de
todo borde de todo límite
de toda carne sangrante.


Resbalo por aquellos
seres sobrenaturales
que gritan mi nombre.


                         Mi nombre partido.
                         Mi nombre muerto en un desierto
                         de arena amarilla.
                         En el fondo de esta mitología. De esta mi llamada, quel Olimpo.
                        
                         Quel Olimpo.


Inundo,
ahogo,
asfixio,
tu cuello y
muerdo
el sexo de la muerte implacable.


De este pozo que se dice vida
y se dice amor
y se dice familia u amistad.


De esos significados
no más que significados.
Y ese significante,
o significado,
o locura interpretativa.


El lenguaje de mi llanto,
el lenguaje de una
risa desquiciada
con ojos de dragón 


                     –así, más verdes que morados– así, brotando
                     delapiel de tu madre en
                     aqueltecho de ciudad–.


En la lengua que me habla homogénea.
En todo amor,
éso es,
éso,
eso del amor, es todo tipo de amor.
Éso.


Es una limitación,
la prohibición más explícita.
El cuerpo de la represión más universal
y adquirida.


Y así todo,
de cualquier manera
y mientras tanto:
lo anhelo.


Ese amor que destruye  
mi prisión electrizada.
Ese amor que es todo suelo
y la base
y la llama (llama de voz).


Qué tormento: la soledad sin amor.
Sin amor.
Me declaro, imploro
y albergo esta soledad, junto al amor. 


m n m 

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