jueves, 7 de marzo de 2013


Oasis


Sí, vos. Vos, tus brazos. Puedo verlos. Escucho el tiempo naciendo de una gruta de palabras muertas; de tu vientre aflorando torpemente en medio de huecos y de huesos alcalinos.

Huesos que se nutren de duendes acribillados en centro del bosque y tu mirada última. Tu mirada de otra mirada para otros brazos. De rizos y largos y brillosos y contemporáneos. Y su rostro reemplazando mis caricias en una noche roja y definitiva, pariendo círculos lacerantes de colores. De figuras incrustadas-espiraladas en el fondo de un recuerdo neutro. En el fondo de una relación perdida. Al costado de una mano terminada. En frente de confesiones y eternidades y pasados y contactos incendiados en el fuego de los cuerpos.


me someto a la asfixia de la tapa de tu sombrero. me entierro para siempre en el cuero tieso y blanco de mi piel nauseabunda. por tu culpa. por tu desaparición en medio de. esta mierda que me arropa y me dice hasta mañana. y me besa por las noches. y me descubre partícipe del auto-engaño más profundo que una vida aguda puede consagrar. que una vida puede gritarse y consultarse a su fuero íntimo.

Quiero tocar mis costillas porque me hacías feliz. Quiero salpicar la pared blanca porque la noche hoy es doblemente noche. Quiero sepultar la avalancha de palabras que no se dicen si no existen. No existes. Dudo que exista. Yo. Yo, en medio de esta cosa redonda verde y azul. De mares y tierras y bosques. Y miedos y prisiones. Cárceles profundas embutidas en mi carne. Yo, en el centro de la magna del mundo sufriendo de existencias.


Y a vos te decía amor. Y a vos te hacía el amor. El amor no existe sino en la libertad más inaccesible. Una libertad que no penetra, que no respira a costa del infinito ataque del amor. Odio este amor que no me deja ser. Odio esta carne que se empecina con crecer y dilatar mi diámetro. Odio esta piel que no quiere pegarse a mis costillas. Odio esta presencia adentro mío que se llama como yo.

Verdes savias crocantes y mucosas. Figuras eternas y suplicantes-ojerosas en el cuerpo de la tierra, con mil estacas clavadas en la planta de los pies. Y los miro. Son los míos. El río y su caudal y la corriente violenta de ojos redondos incitando mi deglución. Y cajas y cajas y cajas. Cajas de silencio, bailarinas muertas de exilio suficiente, y diálogos sin palabras. Y juro que escribo. Juro que escribo. Lo juro. La tinta derrama mis venas en el papel tiñéndolo cuando de repente el cielo blanco es amarillo y brumoso; es subida y bajada de aves con su pico de filoso agujero, de mi suicidio anunciando su llegada.

Odio tu no-palabra. Tu no-humo. Tu viaje eterno de ruta airosa y suficiente. Aguardo con ansias el estallido del negro profundo incienso. Animales gordos sonrientes entre fuegos.

Suelto mi mano de gas vacilante entre mi boca y el aparato-el negro hierro que pesa toneladas. Suelto mi mano. Suelto mi mano.



m n m 

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